jueves, 25 de febrero de 2010

Reflexiones de un joven Cofrade

El pasado día, abrí una caja, en la que había bantantes fotografías de cuando era pequeño. En la mayoría, vestía la túnica de Jesús y de la Humildad. Viendo esas fotos, fue cuando empecé a recordar y a recordar... Lo primero que me vino a la cabeza es cuando apenas tenía un año o dos y mi abuelo, Cristóbal "el sastre", me agarraba de la mano y, empezaba a caminar entre medias del guión. Y fue con nueve meses cuando, un Viernes Santo de madrugada me desperté, o mejor dicho, me despertaron para acompañar a nuestro padre Jesús. Fue mi primera madrugada morada. Mas tarde, a partir de los tres años, bajaba cogido de la mano de mi madre, nos metiamos por unas calles que yo, por entonces, no conocía y llegabamos a la casa de la cofradía. A eso de las cuatro y media de la tarde, con la tunica puesta, ya estaba harto de ese calor. Pero esa molestia, se me pasaba en cuanto oía el lejano sonido de la banda de Romanos. Estos recuerdos, entre otros, me han hecho que me inspirase para escribir este texto. No ha pasado tanto, solo once años, y todavía me quedan muchas experiencias por vivir. En este último año, han sucedido cosas que han hecho que me desvincule de la Cofradía de la Humildad. Esto ha hecho que me haya acercado mas a mi otra cofradía: Jesús Nazareno.

jueves, 4 de febrero de 2010

El hombre perfecto...


Tu desnudez Señor, nos viste en los silencios, nos arropa en oraciones, nos arrebata la luz. Prendados, de esos ojos que escapan en pudorosa fe, cruzas tus brazos en ese pecho que emanará sangre y agua, bautismo y eucaristía, de una pasión dolorosa. Nos prendes, Señor, en un fuego que quema pero no consume, nos eleva, sin levantar los pies, a la altura de un Creador catigado, de un titán desterrado del seno mismo de la divinidad. ¿Quién te talló, Señor, para hacer de la madera la más sublime mística? ¿Pudo alguien así, desnudarte para vestirnos, humillarte para ennoblecernos? ¿Quién pudo crear un hombre tan perfecto, calcar la divinidad en cada rincón de un cuerpo? ¿A quién buscas en esa mirada huidiza, apartando los ojos de la maldad que te arrebató el vestido? Por la fe, solo podemos, Señor, sentarnos a esperar tu palabra, murmurar la ayuda que te negamos, y leer en esa carne de madera, el Evangelio de la vida.